viernes, 4 de enero de 2019

LLUVIA FINA, POR LUIS LANDERO

A los treinta años de Juegos de la edad tardía, la obra maestra de Luis de Landero y una de las mejores novelas españolas del siglo XX, y a los diez años de la publicación de El hombre inmaduro, otra de sus grandes obras, llega una novela de bello y ambiguo título. Ya me ocuparé a fondo de ella cuando la lea, pero de momento me regocijo de pensar que hay una novedad, de tantas que vocean las editoriales, que me atañe, con la que disfrutaré de lo lindo.
 Luis Landero es el mejor prosista español, el mejor narrador y el maestro del humor de buen gusto y buena índole.
 Su escritura es personal, cálida, cercana y exigente, potente, hermosa, con aliento clásico. Landero no se deja llevar por modas ni ramplonerías de ninguna clase. Construye sus tramas como un artesano de buenhacer, ya sean complejas, como en Juegos, novela polifónica,con unos diálogos memorables, de idas y venidas en el tiempo, con una fecha clave que martillea o más sencillas - que no quiere decir más fáciles- como en el monodiálogo del Hombre inmaduro, protagonista sin nombre, como El hombre perdido de Ramón.  
Con un mundo propio que conocemos sus lectores desde Juegos, Luis Landero es un escritor que maneja las tramas y los detalles, construye personajes -masculinos casi siempre-memorables,  y no solo los protagonistas, y escribe con encanto, como los mejores clásicos del Siglo del Oro. Al leerlo, y eso es un un síntoma inequívoco de que es un grande, recordamos a los mejores escritores y a los grandes pensadores existenciales del siglo XX, a veces a Albert Camus (por ejemplo en Absolución)a Ortega y Gasset con mucha más frecuencia (El balcón en invierno, El hombre inmaduro), porque el fondo de su reflexión es rico en lirismo raciovital. 
A diferencia de Unamuno, que escribía novelas para exponer su filosofía, Landero cuenta y crea personajes desiderativos, que son habladores, tienen que vérselas con los embates de la vida, se rebelan contra la angostura y pequeñez de su circunstancia y se afanan, inútilmente, por ser más de lo que son. Y de esta suerte filosofan a su manera, aunque no sepan que lo están haciendo, porque razonan, ponderan y sopesan lo que son y lo que querrían ser, contra toda esperanza, las más de las veces. 
Pienso en El mágico aprendiz, deliciosa novela de pobres gentes, y , cómo no, en Juegos de la edad tardía, donde está de pleno el universo narrativo landeriano, por más que tal vez  con La vida negociable haya ampliado algo su repertorio de protagonistas  al incorporar a Hugo, tipo matonil de ribetes canallescos.



(Continuará con mi reseña en El Imparcial)

No hay comentarios:

Publicar un comentario