domingo, 6 de enero de 2019

DUBLINESA

De vueltas y a vueltas con el puente de Samuel Beckett, porque me gusta lo que escribe Kenit, con tanta gracia, en especial el cuentecito epifánico del parto. He tomado distintas vistas de los tirantes y el arpa, que eso es lo que yo veo, y no un costillar, como dicen los comentaristas de los puentes de Calatrava. Aquí, en Dublín de trotaparques me vuelvo trotapuentes. El caso es que por este vistoso puente se ha visto - o eso se rumorea, al menos- pasar a Vladimiro y Estragón, que iban camino de su arbolito; junto a él siguen aguardando, como Ramón buscando a Rebeca y yo esperando ver mañana, al cruzar el otro puente, O’Connell, el caballo blanco. Porque es la noche de la cena de Los Muertos, en Wynns Hotel.
Todos deseaban, pero a ninguno se le cumplían los deseos: es condición de la naturaleza humana, dice Cervantes en el Persiles, maravilla de las maravillas, tercera y cuarta parte de Quijote, con Odiseo y Simbad, la preciosa historia del portugués enamorado, y tantos lances, personajes malos de verdad, como Clodio, y una lengua y un pensamiento inisuperables por su belleza y acuidad.






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