martes, 13 de septiembre de 2011

EN EL TEATRO: LLAMA UN INSPECTOR

Para Merchu, amante del buen teatro e incitadora de estas hojas volanderas

Con este nuevo retal de mi almazuela inicio los comentarios  sobre las mejores representaciones teatrales de entre tantas como sin duda disfrutaré esta temporada. 
El domingo vi  Llama un inspector, del autor británico J.B. Priestley,  una obra que ya se ha convertido  en un clásico del siglo XX, como lo son La ratonera de Agatha Christie o La muerte de un viajante de Arthur Miller.  Y el caso es que esta imponente pieza tiene mucho de la autora del misterio y algo que recuerda los dramas morales sobre la culpa del escritor americano.  Pero estamos, más que nada,  ante una tragedia, de estirpe griega, claro es.
Lo que de verdad capta la atención del espectador es la tensión dialéctica medida, controlada y aguda, que despliega el protagonista desde  que irrumpe en la velada de petición de mano de Sheila, instante a partir del cual, ya nada será igual ni  nadie volverá a ser el mismo a los ojos de los demás.
Todos los miembros de la honorable familia Birling, los esposos,  la hija Sheila, el hijo Eric, y Gerald Croft, el yerno fallido, sufrirán una convulsión psíquico-social tras el interrogatorio moroso e implacable al que los somete el inspector Goole, sagaz y sarcástico personaje en quien la crítica ha visto desde la conciencia individual a una especie de espectro, duende o  proyección extraordianaria de ambiguo simbolismo.  Se ha hablado, incluso, de la resonancia de su apellido, próxima a la de la voz ghoul alusiva a una suerte de demonio carroñero.
Usando como instrumentos para la interpelación el supuesto diario de la joven suicida y una foto que muestra concienzudamente y han de contemplar de uno en uno, siempre, produce un cataclismo en el orden aparente de la morada de los Birling.
Hay momentos en los que las pullas entre los componentes del hasta entonces dichoso y respetable grupo de familia evocan las andanadas de los Panero en la perturbadora película de Jaime Chávarri El desencanto. Aquí, no obstante, cada personaje está más finamente perfilado, con sus matices distintivos y hasta generacionales.
Inspector, espectador e introspección comparten una misma raíz.

El gran talento de Priestley, quien escribió esta obra como contribución a sus amigos del partido laborista que le habían pedido apoyo para la campaña electoral, fue justamente el trascender el momento y crear un auténtico alegato  en pro de la responsabilidad. Vivir es convivir, proclama tácitamente el escritor al desvelar, uno  tras otro, los golpes existenciales que llevan a la mujer de nombre cambiante, Eva-Daisy, a su fatal destino, infligidos, en una diabólica serie, por todos los presentes.
Los giros que se producen al final son de una eficacia escénica  impecable. Todo queda  invadido por la incertidumbre y sumido en una atmósfera semionírica;  nos preguntamos, con ansiedad, si  de veras va a comparecer   un inspector genuino tras producirse la llamada telefónica que lo anuncia.
Hoy nos resulta curioso que An inspector calls  se estrenara en la Unión Soviética en 1945 y llegara al Reino Unido tan siquiera al año siguiente.  La acción, sin embargo, se sitúa  en una ciudad industrial del norte de Inglaterra antes de la Gran Guerra, época anterior al asentamiento del estado del bienestar.
Si  añadimos que el responsable del  texto español así como de la dirección y del papel de inspector es José María Pou, el más inglés de nuestros hombres de teatro, cualquier aficionado al  arte de Talía colegirá que no se debe perder esta magnífica  función.

La versión de  Pou  ha suprimido al  personaje menor de Edna, la doncella.
Se representa en el teatro de La Latina; así, luego, se puede uno tomar un vino y unas estupendas tapas en la botillería Matritum, de la Cava Alta.