sábado, 14 de enero de 2012

PASTRANA, ZORITA DE LOS CANES, RECÓPOLIS; UN RETAZO DE LA ALCARRIA OCRE Y ANARANJADA

Zorita de los Canes en el meandro del Tajo, mermado por estos parajes tras el trasvase al Segura y los embalses próximos de Entrepeñas y Buendía


      Entre el   Henares y el Tajo, por Madrid, Cuenca y Guadalajara se extiende la Alcarria, prerromana de nombre, eterna en los tonos satinados por la luz invernal, con amplios horizontes y campos  de pedregal con amarillo.


Detalle de la fachada del palacio Ducal, renacentista, con dos torres acastilladas a derecha e izquierda, en la plaza abierta de Pastrana, capital de la Alcarria baja.


 Torreón derecho del palacio Ducal de la princesa de Éboli
 La fuente de los cuatro caños en Pastrana
 Rincón de la plaza de San Francisco  que se abre a los cerros escalonados de color de miel






Azulejería y artesonados del palacio Ducal

 Recópolis, junto al Tajo, la ciudad visigótica de Recaredo

 El Tajo serpentea entre Zorita  de los Canes, al fondo,  con su castillo cerrero,  y Recópolis
Vestigio de la basílica gótica de Recópolis

Recópolis y, a la derecha y al fondo, Zorita de los Canes, donde estuvo Ortega de excursión 
Costillas de la basílica de Recópolis

domingo, 8 de enero de 2012

HOMENAJE A MIGUEL DE UNAMUNO EN EL SEPTUAGÉSIMO QUINTO ANIVERSARIO DE SU DESNACER. Desde Tres Cantos al puente de la Marmota, por los encinares y enebrales de El Pardo



Reja de bonito trabajo de forja. No sé quién la cruzará

                MAR DE ENCINAS

¡En este mar de encinas castellano
los siglos resbalaron con sosiego
lejos de las tormentas de la historia,
lejos del sueño
que a otras tierras la vida sacudiera;
sobre este mar de encinas tiende el cielo
su paz engendradora de reposo,
su paz sin tedio.

Sobre este mar que guarda en sus entrañas
de toda tradición el manadero
esperan una voz de hondo conjuro
largos silencios.

Cuando desuella estío la llanura
cuando la pela el riguroso invierno,
brinda al azul el piélago de encinas
su verde viejo.

Como los días, van sus recias hojas
rodando una tras otra al pudridero,
y siempre verde el mar, de lo divino
nos es espejo.

Su perenne verdura es de la infancia
de nuestra tierra, vieja ya, recuerdo,
de aquella edad en que esperando al hombre
se henchía el seno
de regalados frutos. Es su calma
manantial de esperanza eterna eterno.

Cuando aún no nació el hombre él verdecía
mirando al cielo,
y le acompaña su verdura grave
tal vez hasta dejarle en el lindero
en que roto ya el viejo, nazca al día
un hombre nuevo.

Es su verdura flor de las entrañas
de esta rocosa tierra, toda hueso,
es flor de piedra su verdor perenne
pardo y austero.

Es, todo corazón, la noble encina
floración secular del noble suelo
que, todo corazón de firme roca,
brotó del fuego
de las entrañas de la madre tierra.

Lustrales aguas le han lavado el pecho
que hacia el desnudo cielo alza desnudo
su verde vello.

Y no palpita, aguarda en un respiro
de la bóveda toda el fuerte beso,
a que el cielo y la tierra se confundan
en lazo eterno.

Aguarda el día del supremo abrazo
con un respiro poderoso y quieto
mientras, pasando, mensajeras nubes
templan su anhelo.

En este mar de encinas castellano
vestido de su pardo verde viejo
que no deja, del pueblo a que cobija
místico espejo.
Miguel de Unamuno