jueves, 6 de agosto de 2015

OBRAS


He permanecido silente  durante un tiempo a causa del disgusto que tengo por el cierre del Café Comercial.  A partir de ahora, si la cosa no se repara, me será difícil llegar a la Glorieta de Bilbao y mirar al recodo donde estaba este café de aspecto bohemio, con su punto de abandono del tiempo, su sobria  y anchurosa elegancia, su profundo encanto.  En el recuerdo me quedarán sus columnas y espejos, la barra que daba a Fuencarral, sus veladores, por no entrar en otras evocaciones de índole personal.
Confiemos en que revivan la esquina del quiosco, la boca de metro y el café, que no suman nuestra ciudad  en un sinfín de locales anodinos y homogéneos, de esos que menudean por doquiera que se vaya.
Entre tanto, vuelvo al sabor de la lengua.  Quiero hoy comentar otro cambio absurdo que vengo observando y oyendo de un tiempo  acá.  Se trata de la sustitución de "obras", vocablo claro y distinto, que decían los clásicos,  por "trabajos" para indicar que algún servicio se demora o deja de prestar.  Me barrunto que, una vez más, el trueque se debe a un innecesario y torpísimo calco del inglés   "works".
Fue en el metro, si no me equivoco, donde oí por vez primera un anuncio que advertía del cierre de una línea por  "trabajos"  y me pregunté a qué venía tan sandia innovación. La respuesta es fácil.  Estamos ante otro caso de insensibilidad verbal,  negligencia y, en suma, desamor por la lengua.  Quien conoce el idioma de verdad y le tiene afecto no lo trufa de interferencias extrañas y, sobre todo, impertinentes.  Los dislates corren a gran velocidad en estos tiempos  de necio mimetismo. Basta que un locutor diga "a día de hoy" en lugar de "hoy en día" para que lo repitan  todos cual papagayos y se olvide la forma propia y apropiada.   También quisiera saber a qué viene que ya no se diga "cola" sino "fila", como si fuera lo mismo,  ni "picaporte"  sino  "manivela".