lunes, 30 de julio de 2012

LA SALAMANDRA DE FARO


HABITACIÓN 403
Una noche, de repente, la vislumbré. Estaba en el muro de mi  balcón, sobre la lamparilla lateral.  No sabía qué hacer. Siento un miedo  cerval ante los reptiles.  No me atreví a ahuyentarla. La ventana de mi cuarto estaba abierta y tuve pánico de que se colara. Nunca he visto una lagartija dentro de una casa, la verdad. Aun así me retraje. Al día siguiente, miré subrepticiamente y no la vi.  Pero volvió una noche más tarde.   La descubrí, al trasluz, reptando por el cristal traslúcido que separaba mi terracilla de la del vecino de la derecha.  Luego, se aposentó sobre la luz de emergencia que  coronaba mi ventanal. Allí permaneció, como aletargada,  durante toda mi estancia en el Hotel Eva.  Cada vez que salía a mirar la Marina, el paso del tren,  la aproximación de los aviones, la  veía al desgaire, confiando en su quietud y adormilamiento. Varias veces  pensé en fotografiarla; no obstante,  me frenaba un cierto repeluzno.
Llegó el momento de mi partida. A media mañana  me asomé. Ya no estaba.