miércoles, 2 de agosto de 2017

LISBOA, AGOSTO DEL 2017. TIEMPO DE SARDINAS

Hoy, cuatro sardinas, pero hermosas y ricas, ricas. ¡Qué tiempos aquellos, que no han de volver! Así dice el dúo de Joaquín y Ascensión de La del manojo de rosas, preciosa zarzuela. Y yo pensaba en los tiempos, no tan lejanos, en que la ración de sardinas era de seis. El año pasado tuve una con unos espabilados de las escadinhas que me pusieron tres, sin advertirme de la merma. Les armé la tremolina, escribí contándolo en Trip Advisor y la cuestión es que han cerrado. Me gusta que pongan, como han hecho aquí, en  Casa lira d'ouro, la ensalada en su plato. Además, con pala de pescado, que no es frecuente en los sitios populares como este. Debajo, están las cenas de los otros dos días. En Gelo, antiguo café literario de Rossio, que hoy recuerda a ciertos locales de la Puerta del Sol, me pusieron cuatro también; en A Calçada, en cambio, al pie de las escadinhas del Duque, la ración consta de cinco sardinas, cosa ya infrecuente. Ya podían dejar de reducir el número de sardinas  puesto que suben el precio. Así, la subida es doble: menos y más caras. La capillita de Santo António está a la derecha, al entrar en el restaurante de A Calçada. Es una lindura que me recuerda al san Cayetano que nos llevaba a casa, cuando yo era pequeña, una vieja. Así la llamábamos todos: la vieja de san Cayetano, sin asomo de menosprecio alguno. Todo lo contrario. Nos encantaba que viniera y la recibíamos con alborozo. Nos quedábamos con él un tiempito. Creo que nos lo traían por una suscripción que tenía mamá.  A Calçada es lugar bullicioso, repleto de turistas. Al lado está el chiscón de la ginjinha que queda bajo las escaleras. A Brilhante está junto al teatro de los musicales de Filipe La Féria, el Politeama, en una de las calles más vitales y graciosas de la Baixa: rua das Portas de Santo Antào. Hoy, día 5 de agosto, querçia ir a Martinho, pero hacía tanto viento que me quedé en Rossio, en el callejón que va a las escadinhas de Sâo Roque. Miré la carta, y había cinco sardinas en el dibujo, pero me trajeron cuatro, así es que se lo dije de inmediato al camarero, quien, tras consultar con el jefe, me dijo que esperara y me trajo otra. Muy harta me tiene ya este asunto de la zapa de las sardinas y, en resolución, a partir de ahora, antes de sentarme a la mesa lo hablaré. No quiero sorpresas enojosas ni cuatro por cinco, como anoche.