Pobre alma desiludida,
tu mal é nâo esquecer
que tudo falha na vida...
Um coraçao que nâo crê
na mentira cegamente,
coraçao feliz nâo é.
Miguel de Unamuno: "Manuel Laranjeira". Homenaje del escritor español a su amigo portugués, de quien son los versos, tras enterarse de su muerte voluntaria. Se publicó en La Nación, Buenos Aires, 8-IV-1912. La composición a la cual pertenecen los versos se titula, como el libro que los cobija, Comigo. Diálogo com a minha alma. Su autor era médico de profesión, y este es el único libro que dejó escrito. La correspondencia entre ambos amigos es digna de ser leída.
Abrí este bloc para susurrar bajo tierra todo aquello que me sea atractivo, sugerente, inquietante, paradójico, ambiguo; así palabras, pensamientos, libros, lugares, rincones, versos, poemas, fragmentos, obras de arte, mitos, cuentos, sucesos,con la esperanza de que las cañaveras que crezcan junto al escondite se tornen flautas.
jueves, 17 de agosto de 2017
miércoles, 16 de agosto de 2017
LISBOA, RUA RODRIGO DA FONSECA 22, SÂO MAMEDE
Rua Rodrigo da Fonseca 22. Muy cerca de mi hotel de este año, en la misma manzana. Aquí estaba El Lisboa, periódico de cuya sección cultural se ocupaba Pereira.
Nada allí recuerda a Antonio Tabucchi ni a su entrañable personaje. Un héroe urbano del siglo XX, que habla al retrato de su mujer difunta, es católico y rutinario, tiene gustos sencillos y encarga obituarios antes de tiempo.
Vive en Alfama, rua da Saudade, y tiene su oficina y refugio lejos de la central del periódico. Son tiempos oscuros, en los que unos hombres persiguen a otros hombres y la condición de fugitivo acecha por doquier. Pereira no tenía intención de entrar en el torbellino de los trasterrados. Pero un día Monteiro Rossi, colaborador de la sección de cultura de O Lisboa, y hombre comprometido con su tiempo, es torturado hasta la muerte en el piso del propio Pereira, en tanto que él mismo, que se encuentra retenido en otra habitación por miembros de la misma cuadrilla de facinerosos, no puede hacer nada por salvarle la vida.
No obstante, sí logra que la verdad salga a la luz contando lo sucedido en su propio periódico, con el recurso de una eficaz finta a la censura. Pereira no sostenía que fuera un hombre corajudo y valiente. Quizá porque lo era de verdad, en el hondón de su alma, como diría Unamuno. Mas llegó la ocasión en que, sin él buscarlo ni quererlo, hubo de mostrar su indignación ante la ignominia y su afecto al entrañable y huidizo amigo. Su última crónica no hablará de escritor alguno, ni francés ni portugués. Un hombre ha sido asesinado.
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