sábado, 13 de junio de 2015

SOBRE LA INADECUACIÓN DEL USO DEL VERBO EXISTIR PARA HABLAR DE LAS PALABRAS. De la lengua habla todo hijo de vecino y en cierto modo es natural. No obstante, hay quien lo hace con poco tino, bien por rigidez académica y falta de sentido verbal bien por ignorancia respecto a cómo ha de hablarse cuando de la lengua se trata. Hoy, voy a ocuparme de errores terminológicos graves y frecuentes. Acabo de ver en un foro lingüístico que los participantes se enzarzaban en una discusión acerca de si tales vocablos existían o dejaban de existir. De inmediato, me he acordado de mi querido y sabio profesor, Agustín García Calvo, el Merlín de Juegos de la edad Tardía, mi queridísima novela de Luis Landero. Agustín disuadía a sus alumnos del empleo del verbo "existir", nacido, según él, para formular la oración (atiéndase al doble significado de la voz) "Dios existe". Las palabras no, sostengo yo ¿Qué podemos predicar, entonces, de las palabras? No su existencia, desde luego, tampoco es tan importante que estén o no en el Diccionario de la RAE. Hay veces que los criterios son de manga ancha y aroma demagógico (cocretas, almóndigas, ye en lugar de i griega) otras pedantes y poco certeros (deconstrucción en lugar de desconstrucción; Sudamérica por Suramérica). ¿A qué carta quedarnos, pues? Hay varias. De las palabras se puede predicar que están vivas, son bellas, suenan bien, su derivación es acorde con la forma interna de la lengua, son oportunas, necesarias, reveladoras, musicales, enjundiosas, vivaces, precisas, ambivalentes, feas, horrísonas y mucho más. Aquí quería hablar, sobre todo, de cómo no abordar comentario alguno referente a las palabras. Si recurrimos, en esta materia, al verbo existir o a tomar como dogma el DRAE, vamos mal, tan mal que no abocaremos más que al enredo confundente del círculo vicioso.

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