domingo, 21 de octubre de 2018

TERTULIA DE HOY EN POMBO SOBRE LA VIUDA BLANCA Y NEGRA


Tertulia sobre La viuda blanca y negra (o los amoríos tenebrosos de Cristina y Rodrigo un tórrido verano madrileño)



La primera tertulia de la segunda temporada, tras celebrar la del primer aniversario, se sumergió en una de las novelas más atractivas, amatorias y perversas  de Ramón: La viuda blanca y negra. Acudió a la cita el mejor  hermenéuta de la greguería, César Nicolás,  quien nos deleitó de nuevo con su  chisposo y raudo  verbo;  además, se incorporó como nueva tertuliana nuestra soprano de plantilla:  Amparo Cañizares. Sea muy bienvenida.
Mila Gonzalvo, miembro de nuestro grupo desde la convocatoria del aniversario, vino elegantísima, ataviada como Cristina, la Viuda protagonista, con su pena de gran caída hasta por debajo de la cintura, y su largo collar lúdico- coqueto en blanco y negro, como su piel y su vestimenta, respectivamente.
Vayamos, ahora, al grano de la novela, erótica,  urbana, paródica del folletín modernista, de lengua exuberantemente voluptuosa, con sucesión de  imágenes madrileñas y parisinas  potentes, a modo de fogonazos expresionistas, a lo George  Grosz, relato de joven a la búsqueda del amor y mujer vampírica y un poco pérfida, breve incursión de la crónica negra, y ante todo, fijémonos en la manera única, como de Ramón, de contar, demorar, envolver, poetizar e infundir vivacidad y dramatismo a la narración. 
Rodrigo conoce a la atractiva Viuda en el funeral sin difunto, de una iglesia con exvotos, donde nada es más que lo que aparenta: el primer acto de una  representación con sesgo dubitativo.
Antes de terminar la ceremonia, el casi seducido muchacho, que vive en casa paterna,  sella el comienzo del vínculo con la dama blanca de negro pasándole, dedo sobre dedo, el agua bendita. 
Al día siguiente, se citan en la glorieta destechada de un parque con múltiples puertas, que semeja mucho al Retiro. 
La canícula madrileña envuelve y anima los amoríos de Rodrigo y Cristina en el piso de la presunta Viuda, en una calle anónima de Chamberi, recuerdo, tal vez de Luchana, donde vivió Carmen de Burgos.
Encuentros amatorios, sospechas de que Cristina pudiera no ser lo que Rodrigo creía que era, habladurías de sirvientes, salida de los amantes  a la verbena en simón, observados  por luces y balcones rutilantes; visita melancólica y nocturna  del suspicaz y dubitativo Rodrigo al café bohemio; espejos engañosos, viaje de la pareja desparejada a París; cabaret, teatro, restaurante con espejos obsesionantes y celos inmensos de Rodrigo al verificar que Cristina ya había estado en el hotel donde se albergan. 
Crece, pues siempre cabe más, la tensión de Rodrigo. 
Regresan ambos a Madrid, y, un día, la Viuda,  la burladora de Rodrigo a quien, tozuda, rehusó tutear, se convierte, al fin, en viuda. 
Para concluir, oigamos sus voces – y al narrador- por un momento:
 

-¿Qué has encontrado al volver? ¿Alguien te amenaza con tornar?
 -El que podía venir ya no vendrá nunca. He encontrado sobre mi mesa una esquela de defunción.
El luto de la viuda blanca y negra se había descolorido y llenado de una certidumbre vulgar.
Y Rodrigo se fue a su casa como el muerto que, a raíz de la muerte, comienza a ver el mundo de una manera muy diferente.























 



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