lunes, 12 de febrero de 2018

TERTULIA RAMONIANA SOBRE LOPE VIVIENTE

                                        Tertulia sobre Lope viviente


Cambiamos de año y nuestra tertulia continúa. Hemos completado cinco orondos dedos. La mano quedó acollada en el dúo más chisposo que imaginar cabe: Lope y Ramón o Lope por Ramón.
Tras sus  viajes y obligaciones varias que se lo habían vedado, Regresó Pura Fernández, investigadora filológica y editora de las penicompletas obras de Ramón Gómez de la Serna, amén de conversadora fina y vivaz.
Esta vez sí asistió Manuel Rodríguez Alcayna, el Podcastizo, e incluso grabó los decires, dimes y diretes que suscitó la muy peculiar biografía del Fénix de los ingenios, como de Ramón, quien ya nos previene  en su Advertencia preliminar: “Mi libro es Lope. Los demás son sobre Lope”.
No pidamos lo que no nos han prometido. Por si alguna duda cupiera,  sigue anunciando y propalando Ramón su canto de amor a Lope en el Prólogo;  y en el poeta se espeja, proyecta y empareja con el suyo propio su madrileñismo, sus amores asendereados, los humos del cariño, nacedero de los celos, y,  por encima de todo, su amor a la vida.
Tal afinidad inspira al poeta del 27 Gerardo Diego, quien, plutarquizando a su manera, dicta, en marzo del 1963,  una extraordinaria conferencia en el Ateneo de Madrid dibujando las vidas paralelas de los dos grandes escritores, en tributo de agradecimiento -sostiene- por todo lo que debe a “su mayor poeta” y a “su mayor prosista”.
No es, en efecto, una biografía al uso lo que Ramón escribe sobre Lope. Gerardo Diego apunta, con acierto, que más bien se trata de un retrato o de una semblanza entreverada por y sostenida en la obra del poeta.
Teje Ramón una pintoresca, amena y colorida almazuela en la que a veces hay que detenerse y mirar con atención para saber quién dice qué. Porque Ramón, que está en Buenos Aires cuando escribe el libro, se emociona y lopifica  rememorando Madrid, y confundido con el poeta pasea y ensueña por las ruas del barrio de las Musas, como él lo llama.
 En la Advertencia preliminar a la biografía de Quevedo señala Ramón el carácter peculiar de sus biografías: “Me detengo en lo que creo esencial y paso de largo lo que es solo arrendajo y embrollo, que enturbia la pujanza del retratado”.
Luego, en el Prólogo a Lope viviente, vuelve Ramón a profesar su tributo de admiración afectiva y pasión lopesca: “Todo Lope sale de la voluta de humo blanco y exquisito que brota del pan castellano de cada día”. Y quiere el biógrafo a su manera defender al biografiado de los asaltos de eruditos que lo reducen a un texto con anotaciones que velan al hombre sencillo y sobrio, nacido para amar el arte y a las mujeres.
Trece son los capítulos en los que Ramón dispone la encomiástica semblanza del poeta.  Y nos cuenta que fue Félix  concebido en una tregua de amor,  tras marchar su madre a Madrid, de celos ciega,  a la zaga de su marido, que andaba este algo engatusado por una tal Elena, y ya sabemos lo que pasó con otra Helena belígera, en tiempos antiguos. De tal principio vendrán, tal vez, tamaños celos, fundamento del amor los llama el Fénix en carta al duque de Sessa. Bien sabía de ello el ilustre vecino del barrio de las Musas, Miguel de Cervantes.
Visitamos la casa de la calle de Francos y su delicioso jardinillo con pozo, tal como aún hoy podemos contemplarlo; repasamos el madrileñismo de Lope, que a decir de Ramón, se aprecia como en ningún otro lugar en su Gatomaquia, donde también se ven los celos encendidos de Marramaquiz, trasunto gatuno de su muy humano creador.
La vida de Lope se ve entristecida por la pérdida de su hijo predilecto Carlos Félix de siete años, a quien su padre escribe un conmovedor poema, que ha sido  luego -y todavía lo será, mientras haya quien leer sepa- consuelo de almas afligidas por trances y desdichas semejantes.
Lope y sus trifulcas versificadas con Góngora, otro vecino aurisecular de las Musas; Lope y Velázquez, la teatralidad de Las Meninas; Lope y su hija Marcela, monja de las Trinitarias, por cuya puerta, a petición suya, pasará, desviándose, el cortejo fúnebre de su padre, camino de San Sebastián.
Ramón, en fin, sella y rubrica en Lope viviente su homenaje  al maestro, con el que tantas cosas comparte, en especial la sabiduría de la vida y la conciencia de que el tenor alegre reposa sobre fondo dramático.




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