sábado, 8 de octubre de 2016

LA LARRARRAMONIANA EN TOLEDO (I)

Ayer, un trampantojo trilero me hurtó el texto que había escrito sobre el estreno de la temporada.
Después del ratimago, regreso a la tarea. Fue el 1 de octubre de 2016. El primer bolo de la Larrarramoniana tuvo lugar en Toledo (absténganse los facedores de chistes ramplones).
Los preparativos fueron minuciosos. La gala lo requería. Hubo cita previa en el Gijón, con algún lapsus que casi casi hemos olvidado ya.
La compañía trabaja con buena materia prima. En nuestro laxo y versátil reglamento figura el reparto de trampantojos conmemorativos y la presencia fija de Ramón. Sus chispas verbales nos embelesan. En Toledo, El Greco torneó la palabra ramoniana con curvas y elipses escintilantes y el Tajo con su abrupto viraje tensó y destensó el ritmo de su prosapoética para que triscara por los escarpes y las  callejuelas acodadas de la ciudad más poliercética   Él es el verdadero fundador de la compañía  cuyo paño es de primera. Cuando desfallecemos, una píldora ramonil nos entona. Por eso nuestro oficial mayor en estas lides, el Embajador de Santa Luz, lleva su zurrón  repleto de ramonadas (no te empeñes, corrector zoquete, no son ramoneadas) por si fuera menester asperjar unas pocas.
1616 es el año de la muerte de Miguel de Cervantes y de la publicación de Los trabajos de Persiles y Sigismunda.  Por Toledo pasan los peregrinos y el narrador lo celebra.
La función se desarrolló in itinere.  En la foto de arriba tenemos el primer acto: El Baño de la Cava, novela muy negra, bien compuesta y estupendamente escrita por Alfonso Ruiz de Aguirre, a quien vemos arriba a la izquierda;  nos habla de la heroína, Felisa, que recorría atribulada las calles de su desdicha. Lola, la madre del escritor, toledana de pura cepa, nos regala detalles y pormenores de lo que había y no hay. La comitiva se dirigió, luego, luego al Puente de San Martín, escenario central de la novela.

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