Luego, cuando hace un año leí el prodigioso libro de Luis Landero, El balcón en invierno, comprendí que un niño del franquismo vivía indiferente a ese dictador del Pardo, que le quedaba lejos, y siempre tenía otros opresores más próximos, un padre, una monja o quienquiera que fuera.
¿Es ese episodio el origen de mi afición por las ventanas, por buscarlas, observarlas, estudiarlas, compadecerlas si están tapiadas, y, si se tercia, fotografiarlas? Nunca lo sabré. Muchas veces construimos explicaciones a posteriori para aclararnos cosas que nos inquietan acezantemente, sin motivo aparente. La tendencia al racionalismo es un defecto al que cuesta sustraerse. Leer una y otra vez a Unamuno ayuda a curarse de esta dolencia tan común. Ser racionalista ortodoxo, tengo para mí, es la forma más solemne de ser tonto.
Hoy, terminaré diciendo que he elegido la palabra portuguesa janelas para estas entradas porque es la más hermosa de las que conozco. Suena bonito cuando se dice, acaricia, su etimología es hermosa: "puertecilla", del latín ianua, "puerta" -la misma voz que da nombre al primer mes del año- con un diminutivo en liquida, que se asemeja a una nota musical. Eso si se pronuncia debidamente, no como lo hace Pilar del Río, que es un horror: "yanela". Así no. Amalia Rodrigues interpreta una preciosa canción popular, llena de saudade, que se llama Janela. He ahí la pronunciación fetén. La palabra griega también contiene la voz puerta y un prefijo que da idea de proximidad, nuestro "para-".
No obstante, prefiero la calidez de la voz portuguesa que me lleva, sin pedírselo, a la canción de Amalia.
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