En el aniversario del desnacer de Miguel de Unamuno, quiero recordarlo con dos fotos muy sugerentes. En la primera se da un aire a Kafka; la otra es digna de un ensayo demorado. De vuelta del exilio, anciano, regresa a uno de sus parajes más queridos: La Flecha, en una isla del Tormes. Aunque tenga nombre cartesiano, a Unamuno le recuerda a Fray Luis, con quien, ahora, se siente aún más hermanado. Desde que llegó a Salamanca gustó de dar paseos y cavilar por ese lugar. Fruto de ello es uno de sus mejores textos de paisajes: La Flecha.
Como es día de expresar deseos y arrumbar trastos inservibles, o tirarlos al basurero, voy a pedir encarecidamente que nadie vuelva a repetir los dos lugares comunes consabidos, que hastían, y todo el mundo, con los periodistas a la cabeza, formula cada vez que se habla de Unamuno. Uno se dice como loa, otro como acusación. Da igual. Hay que olvidarlos ya, de una buena vez.
Yo tengo para mí que don Miguel, zahorí del alma, escribió el texto siguiente pensando en estas personas perezosas que, en lugar de deleitarse e inquietarse con la lectura de su inmensa y variada obra, prefieren echar mano de los topitontos circulantes, cómodos remediavagos.
"Hay dos clases de tontos: los tontos que repiten las tonterías corrientes y ajenas, o tontos de repetición, y los tontos que inventan tonterías nuevas, o tontos de iniciación. Pero el que inventa tonterías verdaderamente nuevas no es ya tonto, sino un genio, pues llamamos genio , sobre todo en fiosofía, al que inventa tonterías verdaderamente nuevas, al tonto original u originario. En el orden moral, al tonto de repetición se le llama hipócrita, y al de iniciación, cínico. La santidad es una enfermedad de la hipocresía, y la criminalidad, una enfermedad del cinismo".
Aforismos y definiciones, abril del 1923.
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