sábado, 17 de marzo de 2018

TERTULIA RAMONIANA DEL 18 DE MARZO DEL 2018

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                                  Tertulia ramoniana del mes de marzo

En nuestra séptima tertulia ramoniana tuvimos el gusto de acoger, por vez primera,  a Lucía González, filóloga en ciernes, ramoniana in fieri. Será ella, como es cortesía de la casa,  quien elija la obra para la charla de mayo. 
La colección de once relatos titulada El cólera azul  da cuenta pormenorizada de la pericia narrativa, la riqueza verbal,  la permanente tensión entre realismo y fuga poético trópica, y el conocimiento de ambientes varios y de las clases sociales, populares y altas, que posee el escritor. 
 Ramón entero se halla en esta compilación, que bien puede servir como carta introductoria o ceremonia lectora  iniciática para futuros degustadores de las delicias de nuestro escritor.
El libro fue publicado en Buenos Aires  por la Editorial Sur, de Victoria Ocampo, en 1937, pero los relatos están escritos, todos ellos, antes de la guerra civil española. 
La Gioconda de la Pampa, como la bautizó su amigo y filósofo, José Ortega y Gasset, era muy cuidadosa con sus ediciones, y así, puso una llamativa portada azul cobalto al libro de Ramón, como correlato visible y visual del título.
La prosa ramoniana, ágil, nerviosa, acompasada con la cadencia y el ritmo  de un tren decimonónico, discurre entreverada por jugosos diálogos que sorprenden por el humor, las respuestas inesperadas y absurdas, los golpes de ingenio o los hallazgos poéticos, todo ello sustentado en la lengua greguerística, sello y seña de autor, gollería estilística inigualada e irrepetible, fuga y vuelta poética del verbo indócil y renuente al modo recto. 
 Ramón es un castizo muy viajado, un amante de los objetos, nimios, sencillos, refinados o  de lujo, a los que vivifica y poetiza con su lengua radiante; es un renovador del madrileñismo a fuer de insuflarle aire vanguardista y mirarlo al sesgo, desde abajo y desde los flancos, levantándole las faldas, como diría su amigo Ortega, gulusmeando -como diría él- los recovecos y muescas que encierran secretos y misterios que no percibe la mirada panorámica, more geométrico, propia de las actitudes totalizantes del XIX.
En este ramillete de relatos en ristra -¡viva la aliteración de vibrantes!- los escenarios, como de Ramón, son de lo más variado: Lisboa colonial y el morbo, en el relato epónimo de la colección, que fue publicado, en la Revista de Occidente (1932) -al igual que otros cinco- y que evoca ciertas novelas: Dentro del cercado, de Gabriel Miró, o cuentos de  A. Chéjov, donde  aparecen sanatorios ; una peluquería madrileña (“Peluquería feliz”(1934) R.O); Una sacramental madrileña con unos visitantes muy especiales (“El defensor del cementerio” (1927) RO); el invernadero de un sanatorio, de nuevo, con  un hombre innominado que se cree casi viudo y que divaga pesaroso y onírico con las rosas y las enfermas que se pasean por la estufa (“La estufa de cristal”) ; el piso principal de una casa de abolengo en Madrid donde vive un matrimonio equívoco (“Ella+ella-él+él”); Málaga, sus playas, su mar y unas mujeres muy desenvueltas (“Las consignatarias”); un pueblo andaluz imaginario (“Pueblo de morenas”), llamado con el eufónico nombre arábigo de Alburquerque, como el pueblo extremeño donde nació Luis Landero ; Río de Janeiro y su playa de Copacabana (“La niña Alcira”); Madrid taurino en San Isidro (“Suspensión del destino”);una ciudad sin precisar, con Ateneo (“Se presentó el hígado”), divertida historia de ribetes superrealistas, como escribía Ramón con muy buen criterio; un pueblo en Carnaval y los personajes grotescos que celebran con euforia la fiesta de la efímera liberación, el travestismo y el trastrueque permitido (“Las destrozonas”). 
Si todos los relatos tienen encanto, gracia y atractivo y están compuestos con tino y pericia narrativa, hay dos que descuellan de forma llamativa por sus calidades y su fuerza sugestiva: “Peluquería feliz”, de irónico título, y “La niña Alcira”.  
El fondo barroco que, latente siempre, aflora por momentos en el universo ramoniano, la querencia trágica, la melancolía, el gusto por los contrastes, el amor y la muerte se plasman de una manera extraordinaria en ambos cuentos de ambiente muy diferente.
 Una peluquería madrileña de barrio, a la que acude el protagonista en busca de su infancia perdida, y en la cual la tragedia irrumpe quebrando bruscamente el aire de sainete, es el escenario del primero de los cuentos;  la vital y exuberante Río de Janeiro y su playa de Copacabana sirven de fondo para una lírica y hermosísima tragedia de amor prohibido  entre un portugués y una niña brasileña, Alcira,  que acaba inmolándose cual víctima propiciatoria en el fuego autoinfligido de una hoguera prendida por la desesperación.

 






  
 

 





 


                                  












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lunes, 12 de marzo de 2018

SOBRE LA AMISTAD ENTRE GONZALO HIDALGO BAYAL Y LUIS LANDERO, MIS DOS ESCRITORES PREDILECTOS. COPIO DEL BLOG DE GONZALO EL ESCRITO SOBRE LUIS CON MOTIVO DEL PREMIO CENTRIFUGADOS Y LO TRAIGO A MI BLOG PORQUE NO HE PODIDO PUBLICARLO EN TWITTER, SUPONGO QUE POR EL TAMAÑO, O TAL VEZ POR MI IMPERICIA, PUES HAY QUIENES PLANTIFICAN TEXTOS MUY LARGOS. AHÍ VA, CON PERMISO DE GONZALO, QUE LE PEDIRÉ ENSEGUIDA. ES UN A SÍNTESIS ESPLÉNDIDA DE LA NOVELERÍA DE LUIS.

Landero, Centrifugado
Solo quienes sean lo suficientemente veteranos además de extremeños, diría incluso que veteranos escritores extremeños, recordarán a estas alturas los debates que se mantuvieron hace años en torno a una cuestión que entonces, con la euforia de las autonomías, parecía fundamental, a saber: en qué consistía la literatura extremeña y a quiénes podía considerarse escritores extremeños: de hecho y de derecho. Hablábamos de literatura extremeña y de autores extremeños o vinculados a Extremadura con una pasión y una energía que no dejaba de ser el reconocimiento subterráneo de una evidencia y no sé si también de un complejo: que, aplicado al sustantivo «escritor», el adjetivo «extremeño» no era tanto una adscripción geográfica como una descalificación literaria, una rémora de los antiguos poetas dialectales y de los no tan viejos novelistas que se sumaron a las corrientes regionalistas, «abrazados», como dijo uno de ellos, «a la mismidad telúrica de Extremadura», una vinculación negativa a ciertas connotaciones del paisaje histórico de la región: bellotas, cerdos, encinas, alcornoques y conquistadores. Subyacía en el fondo una certeza: que la literatura que pudiera estarse escribiendo entonces en Extremadura tal vez no fuera estrictamente marginal, pero sí desde luego marginada. Acomodando las palabras a este encuentro, bien podría decirse que era una «literatura centrifugada» con la aspiración de alcanzar alguna homologación con la «literatura centrípeta».

Pues bien, en este contexto apareció en 1989 la primera novela de Luis Landero, Juegos de la edad tardía, y quizás no haga falta ser tan veterano para saber que fue un éxito inmediato, un éxito culto y un éxito popular, tan mayoritario y sorprendente como apenas ha habido otros dos o tres desde entonces y nunca tan de buenas a primeras. La novela fue premio de la Crítica y premio Nacional de Narrativa e inauguró la trayectoria de un novelista que ha seguido incrementando con regularidad una obra personal, inconfundible, comprensiva y bondadosa, en la que se observa el mundo con piedad y con melancolía, y que a los reveses de la vida opone el consuelo de sus pequeñas compensaciones. Allí surgió el primer héroe landeriano, el que se debatía entre las asperezas de la realidad y los entusiasmos del afán, Gregorio Olías. Y fue precisamente entonces (esa es al menos mi percepción) cuando el adjetivo «extremeño» cambió de sentido y regresó al origen y a la denotación. Hubo reseñas, entrevistas y apariciones estelares de Landero en diferentes medios y en todos se señalaba siempre su origen extremeño. El éxito del libro más la conexión del autor con Madrid, donde vivía, y con Alburquerque, donde nació, hicieron el resto y, libre de connotaciones, el sintagma «escritor extremeño» dejó de ser un estigma hereditario.

A propósito de esta suerte de absolución del adjetivo alguna vez me he permitido bromear recurriendo, por una parte, a ciertos dichos de la sabiduría popular, como que «un clavo saca otro clavo» o que «no hay mejor cuña que la de la misma madera», y, por otra, a los azares de la etimología, pues no deja de ser casualidad o paradoja o, mejor aún, justicia poética, que la palabra «landero» venga precisamente del latín glans, glandis, que significa ‘bellota’ como bien puede verse en un verso de Berceo: «todos corrién a elli como puercos a landes» (726b), como se advierte en el portugués «landeira» (alcornocal) o como documenta ampliamente Corominas.

A Gregorio Olías le siguieron, con cierta regularidad, «los heterónimos del héroe», la nómina de personajes literarios que uno (hablo por mí) ha ido guardando luego en la memoria y hacia los que siente una innegable simpatía y piedad, la misma piedad que el autor: Belmiro Ventura y Esteban Tejedor en Caballeros de fortuna, Matías Moro en El mágico aprendiz, Emilio y Raimundo en El guitarrista, Dámaso Méndez en Hoy, Júpiter, el hombre inmaduro que en las últimas traza su retrato, Lino en Absolución, incluso el Manuel Pérez Aguado de Entre líneas o el narrador de El balcón en invierno, y así hasta llegar al Hugo Bayo de La vida negociable, el último heterónimo hasta el momento, el muchacho que se entrega a una infancia y una adolescencia de pícaro madrileño y al que la vida condena luego a los primores de la peluquería, todos ellos, a la postre, yendo sucesivamente de la euforia al abatimiento y volviendo del abatimiento a la euforia en el caprichoso círculo de la existencia y todos ellos empeñados en una interpretación errónea de la realidad que les lleva a esos altibajos de los que solo los salva la voz, el tono y la mirada del autor. No es ningún disparate decir que hay un «Mundo Landero», autónomo y reconocible, vigorosamente asentado en la literatura de los últimos treinta años, y que si el Premio Centrifugados no fuera tan reciente hubiera ido a parar sin duda a cada una de sus novelas anteriores. Ha querido José María Cumbreño que Centrifugados se cierre con un premio literario y ha querido el jurado que este año corresponda con todos los honores a La vida negociable. No hay más que decir. Enhorabuena a ambos: a Centrifugados y a Luis Landero.

Plasencia, 25 de febrero de 2018

GHB A LAS 10:05