martes, 12 de enero de 2016

EN EL ANIVERSARIO DE LA AUTOMORIBUNDIA DE RAMÓN, ACAECIDA EN BUENOS AIRES EL 12 DE ENERO DE 1963

Ramón Gómez de la Serna, adivino, actor, rétor, buhonero de la lengua, mago de las superficies y las minucias, fue la viva encarnación de la vanguardia febril y melancólica. Tocado por la gracia de las Musas, despoja al verbo del fardo lógico y lo eleva a un orbe especular de imágenes vitales, exentas en la greguería, empastadas en almazuela en las novelas, enristradas en las Gollerías, Trampantojos, Caprichos. Para embeberse en su escritura hay que preterir la ratio y zambullirse en el modo oblicuo, del pormenor, e intentar devenir  sinecdóquico,  metonímico, metafórico, zeugmático. El lector no ha de hacerse idea de nada. Tampoco debe esperar esto o aquello. Ha de ir a la aventura o mejor al desgaire, sin repucharse, y dejarse acunar o tal vez  vapulear por el ritmo jazzístico de la prosa más bailable, deteniéndose un segundo para contemplar el resplandor,  con cuidado de no deslumbrarse.
Ramón quiso pasar una noche en el museo y visitó el Prado con un candil, gracias a su amigo Beruete director, entonces.  Se vistió la armadura de Felipe II del escultor italiano Pompeo Leone. En Automoribundia relata la impresión que le produce la Magdalena de Pedro de Mena (hoy en Valladolid) y el Cristo de Velázquez a la luz cimbreante  de su candil.  
Nació en el corazón del Madrid de los Austrias, en la calle de las Rejas, ahora llamada de Guillermo Roland.  Desde la Argentina lo trajeron a la Sacramental de San Justo, en la ribera del Manzanares, muy cerca de donde vivió Goya cuya biografía, una auténtica obra maestra, escribió.  Comparte sepulcro con Larra.  Pregunté a Gladys, nuera de Luisa Sofovich y heredera el motivo. No lo sabía.  
¿Querrían ahorrarse una sepultura las autoridades franquistas que organizaron el viaje de vuelta?
Por las noches, allí en el anfiteatro de los artistas que los rodea, se oyen voces, risas y exclamaciones.  Al alba concluye la tertulia catacúmbica a la que los vivos no están invitados.  Las gregues se recogen y toman aliento para resurgir renovadas. Su alma es inmortal.