viernes, 12 de abril de 2019

miércoles, 10 de abril de 2019

CEREZOS, CEREZAS

El  valle del Jerte es uno de los parajes más hermosos que yo haya visto. Terrazas heridas y acariadas por el arado romano, nieve en las cimas de Gredos, cerezos cándidos en flor, enrojecidos por la fruta después.
Jerte suena a mozárabe; Tornavacas a prerromano. Porque no es de "vaca" sino de "vega".
Sabia naturaleza, que no combina el blanco con el rojo. Yo tampoco me vestiría de estos colores. Rojo con negro o negro con  blanco. Eso sí. Negro con crema o negro con dorado quedan muy elegante. Hoy me voy a vestir así para ir al Real.
Antes pasaré por La verde doncella, que es una frutería pequeñita y exquisita. Está en la calle de Embajadores. 
Allí, hace al menos ocho años, un día vi unas cerezas suculentas, del Jerte, claro, y me compré medio kilo para mi cena. Cuando pregunté el precio me dijeron: "Son catorce euros". Pagué tan pichi, y me fui a casa. Pero al poco, como en los tebeos, me detuve en seco y me dije ¿Cuánto me han costado mis orondas cerezas jertianas?
Al día siguiente se lo conté a mis colegas y me dijeron que eso era imposible, que yo me equivocaba. 
Y no. Eran cerezas deliciosas, que costaban a veintiocho euros el kilo, y lo valían. Solo el necio confunde valor y precio, decía el maestro Mairena.
(Sigo castigada sin poder añadir imágenes a mis textos, y en este caso es muy lamentable)


Hace unos días, un festivo de buena mañana, gulusmeaba yo por donde suelo: Sol, Carretas, plaza de Benavente e inmediaciones. Brillaba el sol y había mucho paseante y varias prostitutas apostadas por allí. Una de ellas llevaba una miifalda blanca, una camiseta roja y zapatos y bolso rojo. Me la quedé mirando con disimulo, un poquito lejos, sin que me viera. Luego le hice una foto de espaldas, pero no la guardé, claro. Realmente no me gustan nada esos dos colores juntos. No sé por qué, pero así es.


Llegan las elecciones. Voy a darme un paseo por mi colegio electoral, que es muy chulo. Está en la antigua  Serrería Belga, hoy convertida en lugar de exposiciones y actividades artísticas. Cuenta con un restaurante simpático, La buena vida, con sus mesas en el patio abierto. Estaba repleto aquel día.
Curioseo la prensa al día siguiente y, héteme aquí que la gran ministra de la Buena Conciencia, la que quiere feminizar la Constitución patriarcal y es prima de las gitanas, lleva un traje de pantalón a cuadritos rojos y blancos, tal cual los manteles y las cortinas de las trattorias, y una camisetita con una leyenda en inglés, para que lo entienda el universo mundo, que ha de saber que sí, que ella es una feminista.