miércoles, 17 de agosto de 2011

EL CEMENTERIO JUDÍO DE FARO

A  Thomas, mi amigo neoyorquino, y a Teresa, lisboeta y habitante del Algarve.

Es tan discreto que se esconde  entre el estadio y el hospital, en la parte alta de la villa.
Por fuera de la tapia blanca, dieciocho cipreses alineados; dentro, un algarrobo hojoso, a la derecha, y, al frente,  una encina de amplia copa. 
No son muchas las sepulturas, ni están alineadas. Hace tiempo que no hay inhumaciones, pero las lápidas de mármol  parecen cuidadas. Las inscripciones hebraicas están bien incisas. Alguna ostenta un delicado ornamento floral en derredor y, aun desvaído, se vislumbra su tono rosáceo.  Nada, salvo los dos árboles, quiebra la  línea horizontal. Tal era la usanza  de los sefarditas "retornados" en el siglo XVIII, tras el gran terremoto de Lisboa.
No hace tanto, este lugar sagrado y memorable estaba sumido en el olvido. Las vivaces y los desechos habían desfigurado su condición. Disgregada la comunidad que lo fundó, ya nadie reparaba  en las historias, vivencias y tribulaciones humanas allí depositadas.
Un día, sin embargo, llegó de lejos Isaac Bitton. Asentado por entonces  en Woodstock, Illinois, nacido en Lisboa e hijo de una farense, había residido, también, en Israel.  Quería conocer la ciudad  donde su madre vino al mundo.  Al tiempo, indagó acerca de la  comunidad   judía  y se acercó  al viejo cementerio.
Le acompañaba su hermano Joseph.
La desolación abrumó a Isaac al contemplar tamaña desidia. Y se preguntó cómo era posible que aquel recinto del recuerdo eterno no recibiera ni  la  atención ni el cuidado  de nadie. Dispuesto a cambiar las cosas, organizó una fundación, recabó ayudas en uno y otro confín, y encontró un entusiasta colaborador en Portimâo.
De esta manera  renació el  cementerio. Más tarde, dio cobijo al Centro Judío de Faro.

Ralf Pinto


El pasado 7 de agosto, murió en Portimâo la persona que , desde tierra lusa,  se había unido, con afán y celo, al empeño de Isaac Bitton.
Siete días después, el recoleto  cementerio farense  lo acogió  en su seno.
Ninguno de los presentes había asistido a la última ceremonia fúnebre celebrada allí; hacía más de setenta años.