Abrí este bloc para susurrar bajo tierra todo aquello que me sea atractivo, sugerente, inquietante, paradójico, ambiguo; así palabras, pensamientos, libros, lugares, rincones, versos, poemas, fragmentos, obras de arte, mitos, cuentos, sucesos,con la esperanza de que las cañaveras que crezcan junto al escondite se tornen flautas.
viernes, 7 de enero de 2022
PUCCINI Y JOYCE
FB se regodea recordándome que, tal día como hoy, hace ya tres años, estaba en Dublín. Allí me encontraría ahora mismito si no fuera porque este año la plaga nos ha vuelto a dejar sin cena de Los Muertos, sin la lectura previa en Sweny’s Fharmacy -donde Bloom compra el jabón limonero a Molly- y sin Guinness con fish and chips en el Kennedy. Bien que lo lamento. De tres ciudades que tenía solo me queda una.
Y no, no me basta con la lectura con “Interludios” que celebramos el 29 en el Ateneo el Bloomsday Madrid. Yo hice de Gretta en la lectura en español, porque nuestro grupo es hispanoirlandés.
La verdad es que no resultó nada mal. A Joyce hay que leerlo con acompañamiento musical. Él era tenor, y , en The Dead, tienen una entretenida charleta de melómanos acerca de la ópera de Dublín y de los tenores más afamados de la época.
Y una airosa canción tradicional, Lass of Aughrim, la supermagdalena Joyceana, suscita la epifanía de Gretta y uno de los finales más hermosos que jamás se hayan escrito, inspirado, para la caída de la nieve, en el canto XII de la Ilíada y la descripción homérica del lanzamiento de las flechas. Un millón de veces que leyera ese pasaje, un millón de veces me conmovería de forma irremediable, quisiéralo o no.
Algo parecido me ocurre con La Bohème, a cuya representación asistí ayer tarde, porque la música de Puccini en esta ópera es excelsa desde el primer acorde hasta el réquiem final a la muerte de Mimí. De La Bohème, a diferencia de lo que te sucede con otras obras, no recuerdas en especial tal aria o tal dúo -aunque los tiene de primera-, porque La Bohème es una toda ella, infragmentable de lo bien que se siguen sus partes.
No. A la salida no pasé a la vera del Spire, aguja cimbreante que atrae a las pavorosas gaviotas dublinesas, a las que yo atribuyo el nacimiento de Drácula, de tanto como graznaron a Bram Stoker de niño.
Sí contemplé, en cambio, La Plaza de Oriente, con su grandioso palacio tan a mano. En Arenal los arbolitos exhibían su miriñaque, a la espera de que los Reyes Magos les traigan el ahuecado vestido. Los plúteos de la librería frente al Eslava de Menegilda y su amo tenían la cortina corrida y la churrería estaba repleta, cómo no. Subí por La travesía de Arenal donde este verano abrieron La Mistral, una librería regia, y no me monté en el Carrrousel ramoniano de la plaza de Santa Cruz porque estaba cerrado. Aun así, lucía muy garboso con el palacio al fondo. Me gusta mucho ese barroco madrileño tan desnudo, con grandes ventanales de rejería enmarcados por lajas de granito.
Además estrené mi salvamascarilla de organza, a juego con las mangas del vestido de brocado de Carolina Herrera.
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