miércoles, 14 de agosto de 2019

LOPE EN LA PLAZA DE LA ENCARNACIÓN







Al Lope de bronce de Mateo Inurria le gusta Madrid, y no es de extrañar porque desde su pedestal, cuando se está quietecito en él, ve al sesgo la Plaza de Oriente, y, enfrente, ese edificio tan señorial y achaflanado que desde la Plaza de la Encarnación dobla y se extiende por Arrieta. Es la casa natal de Carmen Bravo Villasante, biógrafa de la Pardo Bazán. Además, en el rinconcito que forma el convento de las  agustinas recoletas, por detrás de su peana, hay un letrero que dice lo que no hay que hacer.
Y en lo alto de su atalaya, Lope lee, ora y escribe que te escribe, y, cuando la noche sucede al  crepúsculo de vetas rosáceas, sin que nadie lo vea se va en busca de la amada: María,Elena, Antonia, Micaela, Jerónimo, Lucía, Marta, tal vez.
El caso es que, pase lo que pasare, de buena mañana Lope viviente está de regreso sobre su base, como si de una estatua se tratase.
Y los cipreses que vigilan el monasterio con regocijo le dan los buenos días, así, en plural, que ellos , clásicos y afrodíticos, no se hacen a la moda del singular que gasta hoy la gente comodona.
Quien lo probó lo sabe, Lope. Bien dijiste, amigo.

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