(Y letanía navideña)
En la cuarta ocasión que se reunió nuestra muy gozosa tertulia ramoniana, nos dimos a pasear por los cuentos que para fecha tan lindera escribió Ramón, titulados Cuentos de fin de año.
Cierto es -y Ramón nos lo pinta en el prólogo- que muchos versan sobre la Nochebuena, y todos, en fin, hablan de esos días “cuando los años están a último de año” (con cursivas no achacables al amanuense, que cita tal como lo encuentra).
Diez, fuimos diez los circunstantes, con el Alfaqueque de figura señera y conductor, por vía directa y sin vericuetos, al mismísimo Ramón, que no en vano fue amigo suyo y acaso lo fuera incluso Luisita, pese a que la dama judeoargentina no apreciaba especialmente a los españoles, a decir de nuestro amigo y tertuliano preferente.
Justo es que el amanuense salude, en nombre de todos los asistentes pasados y presentes, ocasionales, fijos, alternos y de plantilla, a nuestros dos postcastizos: Sara Morena Blázquez, alias Sara Black, y Manuel Rodríguez Alcayna -conocido en las autopistas del twit por Profesor Valnadú-, ausente él porque el hado propicio lo dispuso, pero deseoso de integrarse a perpetuidad y airear con viento y marea las ramoneces.
No se trata, empero, de dos visitantes que llegaran al desgaire de la fama que va cobrando nuestra tertulia, anunciada en las ondas de la Radio pública por Fernando Rodríguez Lafuente, ramoniano de los de solera.
Sara y Manuel cultivan un ramonismo de estirpe e irreprimible afición. Es un gusto que se sumen a nuestras ramocharlas del Nuevo Pombo, faro de las Rejas iluminado por Latifa Latif, amiga y anfitriona insustituible.
Muy grato y fructuoso nos resultó el ambleo por estos incitantes relatos navideños y findeañinos, más propios de la cultura sajona que frecuentados en la nuestra. O diremos, por mor de la precisión, que tal era el panorama hasta que llegó Ramón, claro está. Y ello fue que, sobre su cañamazo melancólico, con Madrid siemprevivo en su remembranza, bordó desde Buenos Aires estas historias del pasado y del porvenir, donde la linealidad temporal queda abolida por gracia y obra de su artífice, que no conoce más horma que su ingenio, su deshormada y cimarrona imaginación, y su lengua vernal y brincadora.
Prólogo y epílogo envuelven este bocadillo libresco con diecinueve ingredientes o historias de rico y variado sabor.
Desde Buenos Aires sueña Ramón con las Nochebuenas vividas en su ciudad del alma, en Madrid, cuya piel es su piel y cuyos latidos retumban en algún rincón íntimo de su casa porteña; ensueña los finesdeaño y los prolonga con el día invisible en los almanaques, pero muy vividero para quien, ladino, sepa pergeñarse un escotillón por el que saltar a ese estrambote treintaidoseño.
Es un día – Raimundus dixit- “que no se nota, que pasa desapercibido, que, como todo el mundo está preocupado, nadie ve”.
Ya antaño, en diarios y revistas, se había adentrado el escritor por estas fechas, en calidad de glosador perpetuo -que así se autoproclama con acierto en su Prólogo.
Con el libro de los Cuentos de fin de año el tema navideño entra en el ramonismo de los fragmentos mayores: el novelesco.
La Navidad de Madrid es música y canto de villancico, popular y culto a la vez, pegadizo, medieval, renacentista y barroco.
Larga tradición tienen en nuestra cultura estos sones que canturrea Ramón, que canturrean dentro de él, despertando su niñez por el barrio de los Austrias.
Con la persistencia de los ciclos naturales, regresa la Navidad, desafiando la finitud humana.
Y el añorante narrador se pregunta si será posible vivir reviviendo una Navidad del pasado, de las bonitas, de esas que, ilusos, quisiéramos atrapar y parar por siempre, haciéndolas imperecederas, para que la belleza vestida de morado, llamémosla Olvido, no se desvanezca como una fantasmagoría.
La Navidad te propulsa, quizá, al año dosmilquinientos, y te bamaboleas en un frenético tiovivo en tanto algún neohomo te pregunta con sarcasmo desdeñoso cómo, después de tanto empeño, aún te quedan rebañaduras de pasiones humanas.
Por Navidad, ataviados con sus puñetas desusadas, se reúnen los Académicos que esperan al Verbo Divino que les revele el milagro de la lengua.
Por Navidad los amantes se alumbran penumbrosos con una botella y una vela, para que refulja la Estrella divina.
En la Nochebuena los familiares esperan ansiosos a la tía Marta, que ya había llegado, e incluso- ¡válgame Diós!- oído sus murmuraciones nada santas.
La Nochebuena es noche descubridora de amores y desamores, sabores y sinsabores, soledades y reencuentros.
En los días navideños la niña se pone un desvaneciente gabán de nieve.
En la umbrosa calle de Tudescos, cerca de las Rejas y la Bola, resuena el pandero de Rosaura, tabernera asuturiana.
Por Navidad, en una casa humilde, nace el poeta
Antes de Navidad, llega el tío Aníbal a preparar un nacimiento envidiable, con Estela semoviente, ríos espejados y un horizonte azul orlado con estrellas de oro y de plata.
En Nochebuena el solitario Santiago divaga por su palacio hasta que, cansado, se sienta a observar su vidriera de colores y se le aparece el peregrino vidriado al que invita a una cena donjuanesca y mortal.
El viudo Ildefonso Cuadrado brinda en Nochebuena con su viejo amigo; alguna pareja decide pasar la Nochebuena fuera de casa, Águeda y Mariano, viudos también, cenan juntos esa noche de Nochebuena, de viudos desenviudados momentáneamente.
Mientras tanto, el villancico proclama la vuelta de la Nochebuena y celebra el eternismo de la fecha sagrada.
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