sábado, 30 de diciembre de 2017

TERCERA TERTULIA RAMONIANA, CELEBRADA EN POMBO (EL NUEVO), BAJO LA CASA NATAL DE RAMÓN, CALLE DE GUILLERMO ROLLAND 7

                     A la tercera llegaron los Ismos 


La tercera tertulia ramoniana de nuestra era en el nuevo Pombo versó sobre uno de los libros más conocidos y suculentos de Ramón Gómez de la Serna: Ismos
 Publicado en 1931, las divagaciones, chiribitas, imágenes y asociaciones plásticas que nos regala Ramón en este libro sobre el arte moderno y sobre todo lo demás conforman y traban con suma eficacia una muestra excelente  de su prosa y su mundo. 
Ismos puede muy bien recomendarse como introducción al universo abierto, heterodoxo, confuso, troceado, abarcante, multicolor, obscuro y claro de Ramón y el Ramonismo. 
Veintisiete fueron los ismos incluidos en esta obra antológica, cuyo primer acierto es su título. Ramón hace sustantivo del sufijo, y , de esta suerte, lo aproxima o casi iguala -el oído del hablante del español no es fino para los grupos consonánticos- al vocablo ‘istmo’, ese que el DRAE define como “Lengua de tierra que une dos continentes o una península con un continente”. 

Y Ramón con este su paronomásico libro de ismos que son istmos nos incita a saborear el arte de las vanguardias con desparpajo y mirada angular, porque a su amigo Pepe Ortega, el filósofo que lo visita en el torreón y le hace alguna que otra confidencia, le ha oído decir que no hay que ser nada moderno  pero sí muy siglo XX y que “Para quien lo pequeño no es  nada, no es grande lo grande”.  
Hallar el ángulo propicio en cada ocasión, he ahí el busilis: “Hay que enfocar las cosas en ángulo, no demasiado de frente o demasiado a todo lo ancho, y ¡de ninguna manera! en panorama”.
Sugerente admonición esta que leemos en el prólogo del libro, istmo para atisbar el continente artístico de lo recién llegado  sin anteojeras académicas, con pupila de niño adulto, soñador en vigilia, amante desprejuiciado de los ritmos y fantasmas de la vida, degustador de ignotos sabores.
Comienza Ramón su singular tratado por el “Apollinerismo”, canto al poeta creador del caligrama, para que vea su amigo Picasso, a quien en una noche volandera homenajeó en la Sagrada Cripta del Pombo primero, el de la calle de Carretas, que está equivocado, que, contra lo que él sostiene, fue la palabra la que fraguó la imagen, y los literatos los que van delante de los pintores.
Cada vez que el lector, despierto o en duermevela,  vuelve a pasearse por estos ismos se ve asaltado, sin remedio, por  alguna incitación ístmica: ”Toulouse-Lautrec es un artista menor si se le clasifica con el clasificador oficial; pero atisba la despeñada verdad de la vida como casi ningún otro”.  
Son palabras que leemos en el capitulillo dedicado al Toulouselautrecismo. ¿Resistiremos la tentación de ir raudos al Thyssen a comprobar si es desvarío de Ramón o dardo certero lo que nos dice de la pintura de Toulouse-Lautrec? ¿Gasta clasificador extraoficial Ramón o interpela a las cosas de la pintura y a sus artífices cual felino  desclasificador inclasificable? 
Y la tertulia continúa deambulante por la sugerente y accidentada geografía ístmica. Nos topamos, ahora,  con algún ismo que tal vez sorprendería al novicio en las cosas y las visiones de Ramón, quien siempre rebosa y desborda su propósito inicial, seducido por el impulso irreprimible de la lengua. Estamos hablando del “Estantifermismo”, que comienza de esta guisa:
“Al variar el decorado de una habitación no se tiene en cuenta lo que con eso va a variar el tipo del que la habita”.  Mucho sabía de esto el doctor inverosímil de El doctor inverosímil, -monologa interiormente el ramoniano avizor-.
A salto de mata, que suele ser como se desenvuelve cualquier tertulia literaria antiacadémica -como se precia de serlo  la nuestra- oímos, al fin,  la voz metálica del hombre de la pipa, que no se tenía por vanguardista sino por porvenirista  -como recuerda oportuno un tertuliano- perorando: “El que nos trajo los ángeles es tan importante como el que nos trajo las gallinas”. En fin, hemos de concluir lo que nunca concluye: los ismos y nuestras divagaciones en torno a ellos. Pero no lo haremos sin señalar un hecho memorable.
Con los Ismos, en fin,  llegó un tertuliano muy esperado: Rafael Cabañas, nervio y figura, ramoniano de plantilla y de primera, descifrador de fetiches e invitado que por azares no había comparecido en las otras reuniones. Deseamos que sí  lo haga de ahora en adelante, si la fortuna nos es propicia. Su participación vigoriza nuestra charla.





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