Domingo septembrino, luminoso, de verano amable y atenuado. Mediodía.
Calle de las Rexas, calle de las Rejas, calle de Guillermo Rolland: recoleta, bien flanqueada. Por la Bola, la arropa la Taberna de azulejo, la del cocido en puchero; frente a la tasca, un viejo caserón de época lopesca, donde se practica la magia de la restauración; al fondo, un hermoso palacio ducal italianizante; por el otro cabo una de las plazas más bellas y sosegantes de Madrid, la de la Marina española, la del Senado, donde Canovas del Castillo corona su monumento con gesto de orador estilita.
Es un día especial. En la casa del número 7 una lápida nos recuerda que allí nació Ramón. Él mismo, risueño, descorrió la cortinilla que la presentó en sociedad, con su “c” de escritor queriendo ser la “g” de greguería.
De regreso a Buenos Aires, la rememorará en uno de los apuntes de su hermoso libro Nostalgias de Madrid.
Pombo tiene la cara redonda de doble y rotunda o. Igual que Ramón. El azar, el destino o quién sabe qué secretos designios de la fuerza de las cosas han vuelto a unir, como siamesas de trampantojo, que se desenganchan ad libitum, a Pombo con Ramón.
Porque la Sagrada Cripta tiene hoy su morada en Guillermo Rolland 7, bajo el café que se adentra cual largo y secreto pasadizo conventual.
Una puerta retranqueada recibe al huésped con un mínimo zaguán, a modo de capillita o escaparate gregueriano. Dentro, lámparas y muebles del Rastro. Latifa Latif, dublinesa, de origen persa y algo árabe, la anfitriona y artífice del feliz reencuentro pomborramoniano, sabe que Pombo, como la nobleza, obliga. Y por eso cuida el detalle con sumo gusto y afecto.
Pero vayamos al grano, lector. No quiero aburrirte ni que te preguntes a qué viene este prolegómeno si no te cuento -como anuncia el epígrafe- el acontecimiento notable que tuvo lugar el domingo de marras, el 24-IX-2017, loco citato.
Ello fue que, tras años de conciliábulos, encuentros, cenas, boletines, coloquios, paseos, homenajes por ciertos lugares matritenses -de muertos, muertas, vivos y vivas-, y otros oficios ramonianos, la escribana echaba en falta una tertulia para el disfrute multiplicado y coral de las lecturas que, al desgaire, surgían tenazmente en nuestras conversaciones.
Y dicho y hecho. Convoqué (la escribana pasa, por querencias del guion a la primera persona) a un grupo de amigos -que lo somos, casi todos, merced a Ramón- para contarles el plan. La acogida fue entusiasta, unánime e inmediata.
Fijamos día y hora, fácil de recordar: el último domingo de mes, a las 13’00, con condumio, claro.
Y el pasado domingo quedó inaugurada nuestra tertulia, con la participación de dos teletertulianos de postín: Laurie-Anne Laget, desde allende los Pirinéos; y Andrés Ballón, desde la otra orilla del Mare Nostrum. Ambos me hicieron llegar sus hermosas y sentidas palabras onduladas sobre la obra propuesta: Trampantojos; y yo las leí a quienes allí estábamos, ramonianos de plantilla y Alicia, una nueva y magnífica artista plástica que esperamos que nos siga acompañando. Quedamos maravillados aunque no sorprendidos. ¿Quién como Ramón para inspirar a sus devotos?
Alguno hubo -ramoniano de primera, para más señas- que fue víctima de sortilegio trampantojil y olvidó la convocatoria. Se ha excusado cumplidamente, he de decir. Con todo y con eso pagará una prenda, como dice la canción popular. No obstante, guardo el secreto de la índole prendil para mayor regocijo de los circunstantes de la segunda reunión parlanchina.
Y, en fin, con tan animoso ambiente, sabrosa comida casera al calor de la lumbre y el cuidado de Lati, más los efluvios de la pipa de Ramón, aireados por su curvilíneo espíritu por entre la airosa reja ventanera, quedó rubricado y sellado nuestro deseo de volver, volver, volver.
P.S.
La o nasalizada que cierra el nombre de nuestro genuino convocante evoca el mantra primordial con el que se despiden los yoguis hasta el siguiente encuentro.
El nuestro será el 29 de octubre. Salud.
Concha D’Olhaberriague
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