Gonzalo Hidalgo Bayal ha ido tejiendo, desde Mísera fue, señora, la osadía, un territorio de ficción que comprende una topografía (la ciudad de Murania, la comarca de Tierra de Murgaños, el río Murtes, Casas del juglar y otros enclaves), personajes que reaparecen en sus obras con más o menos protagonismo según de qué novela se trate, un estilo personalísimo, único en tiempos más bien vagos y ramplones, con una prosa culta, tensa, reflexión existencial, poesía, humor y una vivencia excepcional de la lengua que lo llevan a embutir retazos literarios en su flujo del decir, de una manera natural, en un fecundo giro reflejo.
En Nemo ha creado, además, un personaje perturbador, un héroe inolvidable, con resonancias míticas, casi me atrevería a decir bíblicas, y un vigor simbólico difícil de alcanzar. No es el primer Nadie, el astuto Odiseo, aunque sí evoca, acaso, con su decisión de enmudecer la melancólica misantropía del Capitán de Verne. Pensando en él, en el Nemo de GHB, recuerdo, cómo no, a su hermano el Interventor, atrapado en su paradoja, al Idiota de Dostoievski, al Quijote fundido con Cristo en los dibujos de Unamuno, a Segismundo en su torre, tal vez algo al empecinado Bartleby de Melville, aunque, en este caso, la sombra se extendería también al narrador escribano.
Nemo es una novela cuya lectura requiere calma, atención y sigilo. Si dijera que es una obra maestra me quedaría muy corta. Nemo encarna la dignidad del hombre herido que se rebela y no desiste. No decir, callar como misión, excede significativamente a decir no, especialmente si la condición de hombre tácito, la renuncia a proferir palabras no comporta seguir la máxima paremiológica de que los hombres no lloran. Cuando el endofásico Nemo rompe a llorar silencioso el lector conoce el planto del primer hombre, de cualquier hombre sincero y cabal en su desvalimiento.
La exuberancia de la escritura de Mísera fue, señora, la osadía, se ha tornado ahora, en este último libro, tras un constante proceso de pulimento y depuración apreciable en las restantes obras, una desnudez diamantina percutiente, que sume al lector en un estado de exploración casi inadvertido.
La conmoción que provoca la historia de Nemo y todos los seres humanos a los que conocemos en vista de él, viles, cómicos, inanes, simpáticos, desmedrados, produce un efecto poco común, al menos a mí me lo produjo. Sucedió que me di cuenta de que, en contra de mis hábitos glotones, este libro neminis lo leía despacio, despacio, intentando condurarlo porque no se acabara nunca.
Consciente de que hoy he hablado más de los efectos y las vivencias que en mí causó este libro extraordinario, hablaré de él otro día, y de los otros personajes: Fiat, el escribano, los gemelos, los tertulianos de la taberna, la estación de tren y demás parajes. Lo intentaré, aunque no me va a ser fácil conseguir la distancia requerida para tal cometido. Habrá que dar tiempo al tiempo, hermoso modismo que llamó la atención de Peter Handke. Adentrarse en el prodigioso mundo de GHB es tarea esforzada y gratificadora.
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