Pero resulta que en lugar de hablar de las obras habré de hablar, por fuerza y por urgencia,
de los gobernantes, que no pisan un teatro ni por pienso. No son los templos de Talía lugares donde se consigan votos, al parecer.
Viene este preámbulo a cuento de lo que me dijo Teresa, alma de la compañía que reside en el entrañable teatrito del barrio que da nombre a su compañía de La Guindalera. Al salir del Canal, donde tuvo lugar la representación, me acerqué a darle dos besos con mi enhorabuena. Siento una honda gratitud por quienes me hacen disfrutar en esta vida aperreada. Pues bien, al preguntarle a Teresa qué función harían a continuación, me dijo que la continuidad de la compañía corría serio peligro. Una sala de dimensiones tan reducidas como la suya, que, además, cobra unos precios sumamente modestos, no puede sobrevivir frente a una Hacienda devoracultura, que persigue a los creadores e impone al teatro un IVA que duplica al que se paga en Francia, por poner tan siquiera un ejemplo, en tanto que a los toros les pide sólo un 4%.
Lo malo es que prometieron, y no hace mucho, lo recuerdo bien, que la cosa cambiaría. No cumplieron su palabra. Tengo escasa fe en que lo hagan otros que poco o nada se preocupan de que desaparezca la Filosofía de las enseñanzas medias, asunto que se ha consumado ante la indiferencia de todos.
¿Se puede hacer algo para que no se cierre ese teatro tan querido de Martínez Izquierdo?
Recuerdo que me apunté a Facebook para salvar a otro teatro genial, el de Ángel Gutiérrez, que estaba en San Cosme y San Damián, junto a San Lorenzo, en Lavapiés.
Espero, deseo de corazón y hago votos por que esta extraordinaria familia de cómicos Pastor- Valentín Gamazo: Juan, María, Teresa y sus actores, y colaboradores, entre otros Raúl Fernández, excepcional y polifacético como todos ellos, nos sigan deleitando con su arte tan delicado y primoroso.
Así es como la acuciante situación que acabo de referir sucintamente me ha dejado sin comentar el trabajo excepcional de la compañía en Las tres hermanas de Chéjov, obra sutil, melancólica y plena de finura que pide un espectador no apresurado, que sepa divagar sobre cosas del alma, esas que sólo se nos dan cuando somos capaces de hurtar algún sosiego al ajetreo cotidiano que nos vapulea e impide la contemplación.
Así es como la acuciante situación que acabo de referir sucintamente me ha dejado sin comentar el trabajo excepcional de la compañía en Las tres hermanas de Chéjov, obra sutil, melancólica y plena de finura que pide un espectador no apresurado, que sepa divagar sobre cosas del alma, esas que sólo se nos dan cuando somos capaces de hurtar algún sosiego al ajetreo cotidiano que nos vapulea e impide la contemplación.
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