Por cierto, he de decir que los niños se comportaron debidamente pese a que algunos no tenían aún dos años.
Tal vez si los mayores llevaran más a los pequeños a espectáculos de buen gusto como el Retablo y menos o nada al campo de fútbol, escenario de los improperios más bárbaros y teatro de los odios más tribales, andando el tiempo nos toparíamos con menos adolescentes de temple de energúmeno.
Siguiendo por esa senda grotesca, ramplona y propia de gente indocumentada a la que me refería al comienzo, me inquieta lo que podrían hacer tales correctores de estilo e índole moral con Drácula, la Celestina, el Lazarillo, Zeus tonante y qué sé yo cuántos otros personajes literarios poco edificantes para sus menguadas entendederas. He llegado a abrigar la convicción de que hay obras que se salvan de su tijera puritana, simple y llanamente, porque no las conocen. Que así sea. Si no, pobre Valle-Inclán y su Bradomín, por no dar más ideas.
Ramón Pérez de Ayala, en su estupenda novela madrileña Troteras y danzaderas, recrea el episodio cervantino llevándolo a la lectura de Otelo que efectúa su alter ego literario ante una prostituta quien, naturalmente, se encoleriza como don Quijote cuando el moro, arrebatado por unos celos infundados, -si es que los fundados han de ser considerados como tales- se dispone a perpetrar su venganza en Desdémona, la malhadada según la etimología griega de su nombre.
Lo malo es que los desconstructores del Don Juan no son tiernas y adorables figuras literarias como el Quijote o la Verónica de Troteras sino esquinadas y desmañadas personas cuyo rencor no encuentra mejor sumidero y se dan a malbaratar la literatura como desfogue.
Siguiendo por esa senda grotesca, ramplona y propia de gente indocumentada a la que me refería al comienzo, me inquieta lo que podrían hacer tales correctores de estilo e índole moral con Drácula, la Celestina, el Lazarillo, Zeus tonante y qué sé yo cuántos otros personajes literarios poco edificantes para sus menguadas entendederas. He llegado a abrigar la convicción de que hay obras que se salvan de su tijera puritana, simple y llanamente, porque no las conocen. Que así sea. Si no, pobre Valle-Inclán y su Bradomín, por no dar más ideas.
Ramón Pérez de Ayala, en su estupenda novela madrileña Troteras y danzaderas, recrea el episodio cervantino llevándolo a la lectura de Otelo que efectúa su alter ego literario ante una prostituta quien, naturalmente, se encoleriza como don Quijote cuando el moro, arrebatado por unos celos infundados, -si es que los fundados han de ser considerados como tales- se dispone a perpetrar su venganza en Desdémona, la malhadada según la etimología griega de su nombre.
Lo malo es que los desconstructores del Don Juan no son tiernas y adorables figuras literarias como el Quijote o la Verónica de Troteras sino esquinadas y desmañadas personas cuyo rencor no encuentra mejor sumidero y se dan a malbaratar la literatura como desfogue.
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